Reglas para mejor rezar el santo breviario.
Abate H. Dubois
1.-
Que nuestra conducta en conjunto sea santa y verdaderamente sacerdotal.
Vivamos habitualmente en el temor y amor de Dios, y sea una ley para
nosotros corresponder fielmente á su gracia en todas las cosas. Nuestras
disposiciones, con respecto al oficio divino, estarán en relación
perfecta con nuestro grado de santidad y de perfección. El mal
sacerdote, el tibio, reza descuidada y fríamente; el buen sacerdote con
un poco más de piedad, sólo el sacerdote santo lo reza como debe
rezarse.
2.- No miremos el
breviario como un peso penoso, sino como un ejercicio que tiene sus
dulzuras y sus alegrías cuando se ejecuta santamente. No lo consideremos
sólo como una deuda que hay que pagar, sino como un medio de
santificación para nosotros y para los demás.
3.-
Recordemos con frecuencia el precepto que nos obliga á rezarlo y á
rezarlo bien; pues olvidamos demasiado pronto lo que esta obligación
tiene de grave é imponente.
4.- Estemos perpetuamente en guardia contra la rutina.
5.-
No recemos el oficio inmediatamente después de una viva emoción
producida por un sentimiento de alegría, de inquietud ó de turbación,
cuando veamos que este sentimiento absorbe de alguna manera nuestras
reflexiones. En tales circunstancias, rezaríamos en un perpetuo estado
de distracción, maquinalmente y sin piedad.
6.- Escoja para rezar el oficio divino un lugar conveniente y solitario.
7.- Hagamos siempre, antes de empezar, algunos momentos de preparación mental.
8.-
Tomemos la costumbre de rezarlo de rodillas. Es un grave error creer
que la actitud exterior no tiene importancia, y se verá que se está más
satisfechos con los oficios durante los cuales se tenga una postura
decente y respetuosa.
9.- Por la
misma razón, debemos evitar rezar el oficio en la cama, no estando
enfermos, ó tendidos en una butaca, ó con las piernas cruzadas, ó
cualquier postura inmodesta, que nos apresuraríamos a dejar si entrara
una persona cualquiera.
10.-
Estudiemos con cuidado nuestras rúbricas y no interrúmpanos jamás el
oficio por causas frívolas. El desprecio de estas reglas acusa siempre
un fondo de ligereza que no debe tener un sacerdote.
11.-
Seamos fieles en rezar el oficio á las horas marcadas: LAS PEQUEÑAS
HORAS LO MÁS PRONTO POSIBLE POR LA MAÑANA; VÍSPERAS Y COMPLETAS DESPUÉS
DEL MEDIO DÍA; MAITINES Y LAUDES POR LA TARDE, CUANDO ESTÉ PERMITIDO
COMENZARLOS. No faltemos á esta regla sino por excepción, y no admitamos
la excepción sino por causa grave. No vayamos a hacer como los
sacerdotes tibios y relajados que, sin ningún motivo, dejan casi
habitualmente todas las partes del oficio para el fin del día.
12.-
No haya precipitación al rezar el oficio ¿Cómo es posible tener piedad
recitando una oración vocal con toda la volubilidad de que es
susceptible la lengua? Obrar así es demostrar fastidio; y fastidiarse de
alabar a Dios, apresurándose a poner término a la conversación con Él,
es una inconveniencia que nos priva de muchas bendiciones.
13.-
Vamos a aconsejar una cosa que, desgraciadamente, no será observada por
la mayor parte de nuestros colegas: hacer una pequeña pausa á la mitad y
al fin de cada versículo. Rogamos a nuestros lectores que se impongan
esta obligación por uno o dos oficios, y verán cómo Dios recompensa su
fidelidad con un notable aumento de piedad y de fervor.
14.-
¡Guerra sin cuartel a las distracciones! Arrojémoslas en cuanto las
apercibamos; si son demasiado importunas, detengámonos un instante,
imploremos la asistencia de Dios y volvamos a nuestro intención
primitiva.
15.- Por último, recemos de rodillas y con mucha atención en las oraciones finales, y, sobre todo, el Sacrosanctae,
con la intención de obtener el perdón de las faltas cometidas durante
el oficio divino.Tales son las reglas que observa el sacerdote santo,
observémoslas con fidelidad y recemos constantemente el oficio divino de
manera que sea agradable á Dios, útil á la Iglesia, y santificador para
nosotros mismos.
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