22 de noviembre de 2017

Breve documento sobre la Lectio Divina


Lectio divina
Las cinco etapas del camino de La Palabra




Contemplatio Divina



Oratio
Divina



Meditatio
Divina


Lectio
Divina

Sed y deseo
de Dios






la sed y el deseo de encuentro.

Si conocieras el don de Dios y quién es el que tiene sed de ti, tu arderías de sed por él. Entonces pedirías y Él te daría agua viva[1].

Escojo un lugar silencioso donde pueda permanecer estable para que pueda establecerse un encuentro profundo.

Decido consagrar a este encuentro un tiempo suficiente. Porque deseo
ardientemente ofrecer una verdadera atención amante al que habla en la Biblia.

En la fe, escojo el Libro Santo, entre todos los demás libros, para escrutarlo[2] con atención.
Creo que es Dios el Autor del Libro Santo y que desea hablarme personalmente.
Preparo mi corazón a leer la Palabra de Dios.
Preparo mi lectra de la Palabra de dios, venerando el Libro en la fe: beso el Santo Libro. Me prosterno[3] ante él y adoro al que es su Autor.
Renuncio a abordar esta Palabra con curiosidad. Renuncio a una lectura que aumente mis conocimientos humanos, por una mera búsqueda intelectual, incluso si pongo toda mi inteligencia en juego en esta lectura[4].
Escucho con mi corazón esta Palabra que ya conozco, como si fuera la primera vez que la abordo.

Llamo con insistencia al Espíritu Santo para que abra mi corazón a la presencia del Verbo de Luz[5].

Tomo conciencia de que si estoy habitado por la sed esencial de Dios[6], también me habitan otros deseos finalizados por objetivos que tengo que relativizar.

La Lectio Divina

Es el momento de la escucha en el recogimiento.

Señor Jesús, Hijo de Dios vivo, Palabra hecha carne que iluminas a todo hombre, enséñame a escuchar lo que me dices en la Sagrada Escritura. A descubrir tu verdadero Rostro y el de Tu Padre.

Abro el Libro Santo. No como un libro común sino como el receptáculo de la Palabra por medio de la cual Dios quiere hablarme.

Escojo un pasaje del Santo Evangelio.

Leo el texto de esta Palabra que he escogido. La repito una y otra vez sin cansarme, en voz alta, en voz baja… Escucho a una Persona viviente, Autor de este mensaje que me es dirigido personalmente.

Puedo escribir y caligrafiar este texto que he escogido.

Si es posible, lo aprendo de memoria. “Acuérdate…”

Me tomo el tiempo de recibir por largo tiempo[7] esta Palabra, como si la leyera por primera vez. Me empeño en buscar su verdadero sentido en plenitud.

Interrumpo mi lectura con grandes silencios de adoración.

Inspiro, expiro[8]… Dejo al Espíritu Santo[9] que haga descender esta Palabra en mi corazón.

Me gustaría conocer a Jesús. A través de Jesús, creo que el Padre me revela su propio Rostro, así como el rostro del hombre que a él le gusta.

Deseo hacer descender el icono de Jesús a partir de los textos de la Palabra. Puedo hacer también el retrato del hombre como Dios lo ve.
Para aplicarse en el conocimiento de Jesús hay que ser capaz de un cierto desinterés y de una especie de sagrada objetividad.
Es necesario que este conocimiento sea el interés supremo de nuestra vida.

Por tanto, debemos impedir (custodiarnos) preocuparnos de nosotros mismos[10].

Lo que acerca a Jesús, lo que aprendemos de Jesús, tiene que ser más valioso y más deseable que lo que aprenderemos de nosotros mismos. Ya que la figura de Nuestro Salvador, nos hace tomar conciencia inmediata de nuestras propias proporciones y de nuestra situación. De su figura emana, inmediatamente, la posibilidad - es más, el poder activo -de nuestra metamorfosis. Pero, la figura de Jesús no debe interesarnos de manera primordial por los efectos que ejerce en nosotros, sino que es su belleza intrínseca la que primero debe cautivarnos.

Pido a la Virgen María que me enseñe a escuchar de tal manera al Verbo de Luz en su Palabra que yo renuncie a todo pensamiento que no sea según Su Pensamiento.
Es así como yo doy mi inteligencia a Dios.


LA MEDITATIO DIVINA

En el texto que acabo de leer, escojo algunas palabras para meditar. Por la rumia[11][12] constante, la repetición incansable las aprendo de memoria, las alojo en mi corazón como lugar de donde pueden emerger como recuerdo, armonizándose unas con otras, iluminándose, profundizándose, explicándose mutuamente, descubriendo de este modo el sentido cada vez más hondo que las habita.

Me asombro al percibir en las muchas manos de los escritores sagrados a través de las distintas capas de los tiempos y las redacciones, hay un único Autor de la Escritura: El Espíritu Santo. Por eso, gracias a ese “aflorar” en la memoria de las distintas palabras guardadas a tavés del tiempo en la repetición constante, me encuentro interpretando la Palabra a través de la misma Palabra. Estoy en la Meditatio.

Escribo otras palabras de Dios que iluminen el sentido de la Palabra que estoy meditando.

He aquí que algunos aspectos de mi persona y de mi vida aparecen claramente diferentes del Amor que complace a Dios, contenido en su Palabra. Intento recibir toda la exigencia de la Verdad del Amor divino.

Las diferencias entre la Palabra y yo me revelan cuánto tengo que dejarme transformar por el Espíritu Santo todos los días de mi vida.

Estoy en la Meditatio: ¿qué me dice la Palabra?

En el poder del Nombre de Jesús[13], invocado sin cesar, recibo lo que quiere Dios como una orden que se refiere a mi conversión y que el Autor del Libro dirige a mi libertad a través de esta Palabra.

En mi cuaderno de vida evangélica, preciso el impulso de transformación evangélica que el Espíritu Santo me sugiere para para parecerme a Jesús.

Mendigo del Espíritu Santo la fuerza de ocuparme realmente en lo que Dios quiere de mi. Es así como doy mi voluntad al Espíritu Santo.

LA ORATIO DIVINA

Cierro el Libro Santo.

La Palabra no es un comentario sobre una relación que podría existir entre Jesús y yo. Es sla Palabra que hace brotar esa relación.

No me informa del hecho de Cristo, sino que crea mi contacto vivo con ese hecho; es la irrupción misma del hecho divino en mi vida.

En un diálogo de amor con el Autor del Libro, brotan de mi corazón clamores, gritos de mendicidad, a veces de lágrimas sobre puntos precisos en los que Él, mi Señor, me espera para que me deje transformar radicalmente a su semejanza.

En mi impotencia para cambiar, dejo que mi corazón sea traspasado por mi miseria y por el Amor de Dios.

Entro en conversación con Dios. Este diálogo amoroso tiende poco a poco a extenderse a toda mi vida en una oración continua.

Progresivamente, no puedo ya vivir ningún acontecimiento grande o pequeño de mi vida sin que mi corazón profundo hable al que me salva, en un encuentro continuo entre la misericordia infinita de Dios y mi miseria.

Sin defensa me entrego a mi mismo a Dios que viene a desposarme en mi miseria. Es así como doy mi corazón a Dios.

LA CONTEMPLATIO DIVINA

Mendigo de Dios el don gratuito de la oración continua del corazón.

El Espíritu de Hijo amado del Padre se une a mi espíritu y me hace clamar con gemidos inenarrables[14]: Abba Padre.

Esta entrada en la relación filial del Hijo Único con su Padre en su Espíritu de Fuego es silencio de comunión, con la Vida de Amor de las Tres Personas Divinas.

A través de los actos de transformación que hago con Él, Jesús me atrae a recibir su Amor hasta el punto de que “ya no soy yo quien vivo sino Cristo quien vive en mi”[15].

Estos actos me hacen llegar a ser cada vez más, con Jesús y en Él, hijo del Padre, en comunión de amor con todos mis hermanos.

Doy mi cuerpo a Dios y encomiendo enteramente mi vida en su manos[16].

Texto: La Fraternidad Monástica del Cristo Orante. Texto original aquí.
Las notas son mías. Si a alguien le parece pretencioso, puedo ofrecerle el documento íntegro sin notas. Yo solo he querido aportar algo, por si puede ayudar. Texto en pdf aquí.

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[1] Jn 4, 10
[2] Escrutar. Indagar, examinar cuidadosamente, explorar.
[3] Protesnar. Arrodillarse o inclinarse por respeto.
[4]Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor, lo torno. Todo es tuyo. Dispón de todo según Tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia, que ésta me basta”. EE234. San Ignacio de Loyola.
[5] Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz, y en­ri­quécenos. Secuencia de Pentecostés.
[6] Como busca la cierva corrientes de agua,así mi alma te buscaa ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo. Sal. 41, 2-3
[7] El tiempo transcurrido en glorificar a Dios y en cuidar la salud del alma, no será nunca tiempo perdido. San Pío de Pietrelcina.
[8] Respiración hexicasta
[9] Ruaj. Aliento de Dios.
[10] Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración... San Pío de Pietrelcina.
[11] Rumiar. Considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo.
[12] Manducar la Palabra de Dios. En Hebreos 4,12 se nos dice: Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” La sabiduría secular de la Iglesia, transmitida a través de los Padres del Desierto y del monaquismo ha mantenido la práctica de la Lectio Divina. Se trata de un tiempo dedicado a dejarse llenar, iluminar y transformar por la Palabra. No es el momento del estudio, ni de la lectura de un número fijo de capítulos. Es pedir el Espíritu Santo, y una vez que estamos en quietud, inteirorizados, tomar la Palabra, escoger un pasaje, y empezar a leer con el corazón atento, que marcará le frase o la palabra donde detenerse para ruminar esa presencia particular de Dios. En la Eucaristía se habla de la Mesa del Altar y de la Mesa de la Palabra. Como Ezequiel (3,1-3) comamos la Palabra, será en nuestra boca dulce como miel. Comunidad de las Bienaventuranzas.
[13] Oración del Nombre u oración del corazón. Habitualmente: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten compasión de mi, pecador.
[14] El mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Rom 8, 16
[15] Gal 2, 20
[16] Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tu eres mi Padre. Beato Charles de Foucauld.

2 comentarios:

  1. Muy hermoso. Ahora sé lo que Dios quiere de mí. ¿Pero cómo haré para no distraerme con mi imaginación tan activa?

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    1. Distraernos, nos distraemos todos. Una vez un sacerdote me aconsejó la oración de entrega. O así el lo llamó. Antes de meditar o adorar, escribes en un papel todo lo que te preocupa y después se lo entregas a Dios.

      Muchas veces las distracciones son cosas que nos preocupan. Pues en ese momento se las dejamos en manos de Dios.

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