Lectio divina
Las cinco
etapas del camino de La Palabra
Contemplatio
Divina
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Oratio
Divina
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Meditatio
Divina
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Lectio
Divina
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Sed
y deseo
de
Dios
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la sed y el deseo de encuentro.
Si conocieras el don de Dios y
quién es el que tiene sed de ti, tu arderías de sed por él. Entonces pedirías y Él te daría agua viva[1].
Escojo un lugar
silencioso donde pueda permanecer estable para que pueda establecerse un
encuentro profundo.
Decido consagrar a este
encuentro un tiempo suficiente. Porque deseo
ardientemente ofrecer una
verdadera atención amante al que habla en la Biblia.
Creo que es Dios el Autor del
Libro Santo y que desea hablarme personalmente.
Preparo mi corazón a leer la Palabra de Dios.
Preparo mi lectra de la Palabra
de dios, venerando el Libro en la fe: beso el
Santo Libro. Me prosterno[3] ante
él y adoro al que es su Autor.
Renuncio a abordar esta Palabra con curiosidad. Renuncio a una
lectura que aumente mis conocimientos humanos, por una mera búsqueda
intelectual, incluso si pongo toda mi inteligencia en juego en esta lectura[4].
Escucho con mi corazón esta
Palabra que ya conozco, como si fuera la primera vez
que la abordo.
Llamo con insistencia al Espíritu Santo para que abra mi corazón a la
presencia del Verbo de Luz[5].
Tomo conciencia de que si estoy
habitado por la sed esencial de Dios[6],
también me habitan otros deseos finalizados por objetivos que tengo que
relativizar.
La Lectio Divina
Es el momento
de la escucha en el recogimiento.
Señor Jesús, Hijo de Dios vivo,
Palabra hecha carne que iluminas a todo hombre,
enséñame a escuchar lo que me dices en la Sagrada Escritura. A descubrir tu verdadero Rostro y el de Tu Padre.
Abro el Libro
Santo. No como un libro común sino como el receptáculo de la Palabra por medio
de la cual Dios quiere hablarme.
Escojo un
pasaje del Santo Evangelio.
Leo el texto
de esta Palabra que he escogido. La repito una y otra vez sin cansarme, en voz
alta, en voz baja… Escucho a una Persona viviente, Autor de este mensaje que me
es dirigido personalmente.
Puedo escribir
y caligrafiar este texto que he escogido.
Si es posible,
lo aprendo de memoria. “Acuérdate…”
Me tomo el
tiempo de recibir por largo tiempo[7] esta Palabra, como si la leyera por
primera vez. Me empeño en buscar su verdadero sentido en plenitud.
Interrumpo mi
lectura con grandes silencios de adoración.
Me gustaría
conocer a Jesús. A través de Jesús, creo que el Padre me revela su propio
Rostro, así como el rostro del hombre que a él le gusta.
Deseo hacer
descender el icono de Jesús a partir de los textos de la Palabra. Puedo hacer
también el retrato del hombre como Dios lo ve.
Para aplicarse
en el conocimiento de Jesús hay que ser capaz de un cierto desinterés y de una
especie de sagrada objetividad.
Es necesario
que este conocimiento sea el interés supremo de nuestra vida.
Lo que acerca
a Jesús, lo que aprendemos de Jesús, tiene que ser más valioso y más deseable
que lo que aprenderemos de nosotros mismos. Ya que la figura de Nuestro
Salvador, nos hace tomar conciencia inmediata de nuestras propias proporciones
y de nuestra situación. De su figura emana, inmediatamente, la posibilidad - es
más, el poder activo -de nuestra metamorfosis. Pero, la figura de Jesús no debe
interesarnos de manera primordial por los efectos que ejerce en nosotros, sino
que es su belleza intrínseca la que primero debe cautivarnos.
Pido a la
Virgen María que me enseñe a escuchar de tal manera al Verbo de Luz en su
Palabra que yo renuncie a todo pensamiento que no sea según Su Pensamiento.
Es así como yo
doy mi inteligencia a Dios.
LA
MEDITATIO DIVINA
En el texto
que acabo de leer, escojo algunas palabras para meditar. Por la rumia[11][12] constante, la repetición incansable
las aprendo de memoria, las alojo en mi corazón como lugar de donde pueden
emerger como recuerdo, armonizándose unas con otras, iluminándose, profundizándose,
explicándose mutuamente, descubriendo de este modo el sentido cada vez más
hondo que las habita.
Me asombro al
percibir en las muchas manos de los escritores sagrados a través de las
distintas capas de los tiempos y las redacciones, hay un único Autor de la
Escritura: El Espíritu Santo. Por eso, gracias a ese “aflorar” en la memoria de
las distintas palabras guardadas a tavés del tiempo en la repetición constante,
me encuentro interpretando la Palabra a través de la misma Palabra. Estoy en la
Meditatio.
Escribo otras
palabras de Dios que iluminen el sentido de la Palabra que estoy meditando.
He aquí que
algunos aspectos de mi persona y de mi vida aparecen claramente diferentes del
Amor que complace a Dios, contenido en su Palabra. Intento recibir toda la
exigencia de la Verdad del Amor divino.
Las diferencias
entre la Palabra y yo me revelan cuánto tengo que dejarme transformar por el
Espíritu Santo todos los días de mi vida.
Estoy en la
Meditatio: ¿qué me dice la Palabra?
En el poder
del Nombre de Jesús[13], invocado sin cesar, recibo lo que
quiere Dios como una orden que se refiere a mi conversión y que el Autor del
Libro dirige a mi libertad a través de esta Palabra.
En mi cuaderno
de vida evangélica, preciso el impulso de transformación evangélica que el Espíritu
Santo me sugiere para para parecerme a Jesús.
Mendigo del
Espíritu Santo la fuerza de ocuparme realmente en lo que Dios quiere de mi. Es
así como doy mi voluntad al Espíritu Santo.
LA
ORATIO DIVINA
Cierro el
Libro Santo.
La Palabra no
es un comentario sobre una relación que podría existir entre Jesús y yo. Es sla
Palabra que hace brotar esa relación.
No me informa
del hecho de Cristo, sino que crea mi contacto vivo con ese hecho; es la
irrupción misma del hecho divino en mi vida.
En un diálogo
de amor con el Autor del Libro, brotan de mi corazón clamores, gritos de
mendicidad, a veces de lágrimas sobre puntos precisos en los que Él, mi Señor,
me espera para que me deje transformar radicalmente a su semejanza.
En mi
impotencia para cambiar, dejo que mi corazón sea traspasado por mi miseria y
por el Amor de Dios.
Entro en
conversación con Dios. Este diálogo amoroso tiende poco a poco a extenderse a
toda mi vida en una oración continua.
Progresivamente,
no puedo ya vivir ningún acontecimiento grande o pequeño de mi vida sin que mi
corazón profundo hable al que me salva, en un encuentro continuo entre la
misericordia infinita de Dios y mi miseria.
Sin defensa me
entrego a mi mismo a Dios que viene a desposarme en mi miseria. Es así como doy
mi corazón a Dios.
LA
CONTEMPLATIO DIVINA
Mendigo de
Dios el don gratuito de la oración continua del corazón.
El Espíritu de
Hijo amado del Padre se une a mi espíritu y me hace clamar con gemidos
inenarrables[14]: Abba Padre.
Esta entrada
en la relación filial del Hijo Único con su Padre en su Espíritu de Fuego es
silencio de comunión, con la Vida de Amor de las Tres Personas Divinas.
A través de
los actos de transformación que hago con Él, Jesús me atrae a recibir su Amor
hasta el punto de que “ya no soy yo quien vivo sino Cristo quien vive en mi”[15].
Estos actos me
hacen llegar a ser cada vez más, con Jesús y en Él, hijo del Padre, en comunión
de amor con todos mis hermanos.
Texto: La
Fraternidad Monástica del Cristo Orante. Texto original aquí.
Las notas son mías. Si a alguien le parece pretencioso,
puedo ofrecerle el documento íntegro sin notas. Yo solo he querido
aportar algo, por si puede ayudar. Texto en pdf aquí.
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[1]
Jn 4, 10
[2]
Escrutar. Indagar, examinar
cuidadosamente, explorar.
[3]
Protesnar. Arrodillarse o inclinarse por respeto.
[4] “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento
y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor, lo
torno. Todo es tuyo. Dispón de todo según Tu voluntad. Dame tu amor y tu
gracia, que ésta me basta”.
EE234. San Ignacio de Loyola.
[6]
Como busca la cierva corrientes de agua,así mi alma te buscaa ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo. Sal. 41, 2-3
[7]
El tiempo transcurrido en glorificar a Dios y en cuidar la salud del alma, no
será nunca tiempo perdido. San Pío de Pietrelcina.
[8]
Respiración hexicasta
[9]
Ruaj. Aliento de Dios.
[10]
Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es
misericordioso y escuchará tu oración... San Pío de Pietrelcina.
[11]
Rumiar. Considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo.
[12]
Manducar la Palabra de Dios. En Hebreos 4,12 se nos dice: “Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más
cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma
y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” La
sabiduría secular de la Iglesia, transmitida a través de los Padres del Desierto y del
monaquismo ha mantenido la práctica de la Lectio Divina. Se trata de un tiempo
dedicado a dejarse llenar, iluminar y transformar por la Palabra. No es el
momento del estudio, ni de la lectura de un número fijo de capítulos. Es pedir
el Espíritu Santo, y una vez que estamos en quietud, inteirorizados, tomar la
Palabra, escoger un pasaje, y empezar a leer con el corazón atento, que marcará
le frase o la palabra donde detenerse para ruminar esa presencia particular de
Dios. En la Eucaristía se habla de la Mesa del Altar y de la Mesa de la
Palabra. Como Ezequiel (3,1-3) comamos la Palabra, será en nuestra boca dulce
como miel. Comunidad de las Bienaventuranzas.
[13]
Oración del Nombre u oración del corazón. Habitualmente: Señor Jesucristo, Hijo
de Dios, ten compasión de mi, pecador.
[14]
El mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Rom 8, 16
[15]
Gal 2, 20
[16] Padre mío, me abandono a Ti. Haz
de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a
todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus
criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo
mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte
es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tu
eres mi Padre. Beato Charles de Foucauld.
Muy hermoso. Ahora sé lo que Dios quiere de mí. ¿Pero cómo haré para no distraerme con mi imaginación tan activa?
ResponderEliminarDistraernos, nos distraemos todos. Una vez un sacerdote me aconsejó la oración de entrega. O así el lo llamó. Antes de meditar o adorar, escribes en un papel todo lo que te preocupa y después se lo entregas a Dios.
EliminarMuchas veces las distracciones son cosas que nos preocupan. Pues en ese momento se las dejamos en manos de Dios.